martes, 29 de enero de 2008

LAS FAROTAS

Joce G. Daniels G.
Las Farotas[1] no es una danza indígena, malibú, chimila, pocabuy o zondagua, como algunas personas de Talaigua, la región y del país lo pregonan, tampoco es un baile africano o una mezcla triétnica, sino que es un baile típico de romanís1 o gitanos andariegos, que llegaron con la España invasora a esta parte del continente, más específicamente a la Provincia de Mompox, cuando apenas asomaban en los tiempos de la República las ideas libertarias granadinas.
Surgió a mediados del siglo XIX como una manera de participar en las ferias y en los carnavales que se celebraban en la ciudad Valerosa y que agrupaba a los descendientes de españoles, franceses, italianos, libaneses y alemanes que trabajaban en la Hacienda de la Esmeralda, un hato exclusivo para la cría de ganado cubano y cultivo de naranjas a donde iba regularmente los fines de semana a holgar la famosa Marquesa de Torrehoyos.
La danza de las Farotas, que es una de las más premiadas y admiradas en el país por su originalidad, solo existe en Talaigua e inexplicablemente no se ha extendido como otras tradiciones y otras leyendas y costumbre a lo largo del río, muy a pesar de los intentos de folcloristas de otras regiones del territorio nacional que han tratado de montar dicha danza.
En nuestro país, sus orígenes se encuentran entre los antiguos habitantes de las poblaciones de San Fernando, Margarita, Hatillo de Loba, Menchiquejo, Guataca y Sandoval, que asimilaron una de las muchas danzas de los gitanos que trabajaban en La Esmeralda y que periódicamente, en tiempos de ferias y de carnavales presentaban en El Banco y Mompox. De esas poblaciones se fue extendiendo y según documentos y testimonios de la época, la danza fue conocida en otras poblaciones de la región y la asimilaron de tal manera que a finales del siglo XIX, en las ferias de la Candelaria en El Banco y Magangué y en las fiestas de la Independencia de la Provincia de Mompox, se presentaban las Farotas de la Esmeralda junto a otras danzas que reivindicaban las luchas independentistas de los criollos frente a los españoles y las costumbres y tradiciones de los indios y de los negros. Hoy en día, ni Margarita y San Fernando ni tienen idea de que fueron ellos quienes le dieron el nombre a una danza que se encuentra en las raíces y entrañas de Talaigua.
Con la creación del Instituto Colombiano de Cultura en 1968 y el advenimiento de festivales regionales en la década de los años setenta, que estimulaban el folclor y las tradiciones autóctonas en busca de preservar nuestro acervo cultural, como el Vallenato, en Valledupar, la Cumbia, en el Banco, la Tambora, en Tamalameque, el Hombre Caimán, en Plato, el Bullerengue, en Puerto Escondido, la Gaita, en Ovejas, de Bandas, en Sincelejo, el Porro, en San Pelayo, del Petróleo, en Barrancabermeja, el festival de compositores en Magangué y tantos otros que surgieron ante el fenómeno de la Identidad Cultural Nacional, las danzas folclóricas que tradicionalmente se organizaban para tiempos de carnavales, sin otro objetivo que el de alegrarse y regocijarse con los dioses Baco, Momo y Arlequín, adquieren un nuevo status pues su participación en los festivales será lo más esencial.
Se inicia entonces una lucha entre el presente y el pasado, una búsqueda de lo realmente original y lo importado, de lo autóctono y lo foráneo y como muchas fuentes se han perdido o se encuentran extraviadas, se recurre a la tradición oral, a la memoria prodigiosa de los ancianos, de los shamanes, gurúes y griots, cuya inventiva no tiene límites ni fronteras y acomodan según sus apreciaciones, no cómo sucedieron las cosas, sino como ellos consideran que pudieron suceder.
Y Talaigua, la tierra de las farotas, los caimanes, la tambora y el chandé, no iba a ser la excepción. En esa búsqueda del origen divino de la danza, se dijo que sus orígenes estaban entre los indios malibúes, chimilas, pocabuyes y zondaguas, además se generó la más grande mentira que ha hecho una excelente carrera: “el indio se viste de mujer para ridiculizar al español porque éste le ha prostituidos sus hembras”.
¿De dónde salieron estas mentiras? Las Farotas como grupo Folclórico adquieren su partida de bautismo en el año de 1973, en el II Festival de la Cumbia que se realiza la ciudad de El Banco, en el departamento del Magdalena. Conjuntamente con mi compadre Fernel José Matute Lobo, el millero encantado, y el sacerdote católico Santiago Bernal, párroco de Talaigua, en el despacho de la Casa Parroquial nos tocó inventar a la carrera una historia sobre las Farotas, que la danza debía llevar como carta de presentación a dicho festival. Esa mentira sobre sus orígenes indígenas, veintitrés años después, yo mismo que investigaba sobre dicha tradición, la recibiría de los archivos del Instituto Colombiano de Cultura, firmada como una investigación realizada por una de las directoras de la entidad.
Dijimos esa vez que las Farotas era una danza chimila- malibú, cuyo objeto era ridiculizar al español en venganza al ultraje y violación que hacía de las indias, además se parodiaba tanto que se ponía en tela de juicio su hombría y explicábamos paso a paso cada una de las formas de la venganza. Lo cierto fue que ese documento fruto de la improvisación, sin pies ni cabeza, jamás verificado, fue tan aceptado que hoy es difícil sacarle a la gente de la tusta que todo lo dicho allí era pura mentira.
Farota es una palabra árabe, etimológicamente significa “mujer charlatana y mentirosa” o “mujer descarada y sin juicio”. La danza nace de la unión del fandango2 y las soleares3, fiestas flamencas de origen romanís que posiblemente llegaron a América a finales del siglo XVII, después de pasar por Portugal, Extremadura, Andalucía y el País Vasco.
En su forma moderna, la danza la ejecutan seis parejas, guiados por la mama, que como en las antiguas gestas guerrera lleva la bandera, el lábaro o el estandarte y lidera el grupo. Como los gitanos, son hombres con el indumento propio de los antiguos romanís, faldas grandes y anchas de flores abigarradas, blusas con llamativos encajes y adornos en el cuello de vistosos colores, el sombrero como el de los campesinos europeos, aplanado de un lado y lleno de flores y rosas, con aretes como los antiguos piratas, los labios pintados y todo el ajuar propio de los gitanos.
A los bailadores de la danza se les dio por darle un nombre a cada forma de lucha, a la manera de presentarse y de acuerdo con el ritmo musical del millo, la gaita o el clarinete.
El Perillero, son cuatro variaciones estratégicas de la guerra, se avanza moviendo los pies en silencio, una pareja detrás de otra, siguiendo el ritmo de la persona que lleva el estandarte. La trenza, es la forma de salir a la lucha de frente, el tranco es largo, la vista fija al frente, sin dar treguas al enemigo, eludiéndose entre sí, en la danza, como en la guerra.
La Sombrilla, el farotero como el andaluz, abre la sombrilla y danza, como en la guerra, es el escudo que lo protege, pero lleva la lanza para luchar de frente, eludiendo al enemigo.
El faroteo, es la danza del enfrentamiento singular, de un lado a otro, aquí y allá, gritando, como en la danza, como en la guerra, con trancos largos, metiéndose uno entre otro, sudando, luchando y bailando.
Y por último el Saludo, después de la lucha, el vencedor y el vencido, ganadores y perdedores, se dan la mano en una tregua, como en la danza, como en la guerra.
He ahí su originalidad. No es una danza ritual, tampoco es una danza amorosa. Nadie vocifera, todos siguen un orden, meciéndose de un lado a otro, siguiendo el ritmo del millo y el tambor, unas veces agrupándose y otras abriéndose en abanicos, danzando y luchando hasta llegar a un paroxismo frenético y extraordinario, como en la lucha, como en la guerra.
Es dable decir, que a la par de las Farotas, florecieron otras danzas, eso si típicas de la región, pero con marcada influencia española por las bulerías4 y las alegrías5, que son cantos flamencos con coplas de tres o cuatro versos octosílabos. Entre esas están las Artesanas, la Conquista, los Coyongos, los Goleros, el Pacopaco, el Caimán, los Negritos, las Hilanderas que se presentaban en los carnavales locales y regionales y donde no faltaba la reina indias que era robada por los blancos.
Fue el señor Domingo Galindo, un veterano de la Guerra de los Mil Días que llegó desde San Fernando con el pecho lleno de medallas y de cicatrices, quien organizó el primer grupo de faroteros que se mantuvo durante mucho tiempo, hasta cuando aparecieron personajes de la talla de Florencio Jiménez, Bonato Padilla, Tránsito Noche, Miguel Castaño y Gabriel Panzza que marcaron una época gloriosa para la danza. En los últimos tiempos bailadores de la talla de Oscar Mancera, Manuel Joaquín Matute, Victor “Elmello” Núñez, Ramón Pelotas, Humberto Hernández y Fernel Matute, han logrado cimentar el prestigio que hoy tiene en el ámbito nacional.
Mucha gente piensa que lo admirable de esta danza considerada como una de las más auténticas del país, representativa de una de las regiones más abandonadas del Caribe, es que se haya sostenido a lo largo de casi un siglo y sigan sus personajes vistiéndose con hopalandas de vistosos colores, blusones y candongos y el maquillaje propio de las gitanas, de las chismosas, de las Farotas.

[1] Nota publicada en El Tiempo Caribe, en la página 2, de la edición del sábado 8 de febrero de 1997.
1 Gitanos o Romanís, pueblo nómada con una herencia biológica, cultural y lingüística común, actualmente disperso en pequeños grupos por todo el mundo. Los gitanos llevaban en Europa más de 500 años, pero fue a finales del siglo XVIII cuando se logró saber que provenían del noroeste de la India, al descubrirse la relación entre su lengua, la romaní, y las lenguas indoeuropeas de esa región.
2 Fandango, danza española cantada, de ritmo ternario al compás de 3/4 o de ½ y movimiento vivo, que se ejecuta en pareja acompañada de guitarras y castañuelas. Se la conoce desde el siglo XVII, época en la que tenía un tiempo bastante más lento, extendiéndose su influencia desde Andalucía y Extremadura a Asturias y el País Vasco, lo mismo que al Levante peninsular, Portugal y América. Existen las variantes regionales o locales del fandango, que reciben una denominación toponímica: murcianas, malagueña, rondeña, granaínas, cartageneras, tarantas, verdiales o bandolás. Todas ellas están emparentadas con la seguidilla castellana y el bolero.
3 Soleares (en singular soleá, variación andaluza de la palabra soledad), canción y danza popular propia de la baja Andalucía española, con raíces sevillanas, jerezanas y de Alcalá de Guadaira. Su ritmo es ternario en la escala andaluza de mi, con introducción guitarrística y estrofa de tres versos octosílabos con asonancia el primero con el tercero. Parece ser que es una derivación de los antiguos jaleos, un cante para bailar ya extinguido. Su principal característica es la variedad, que reside en su misma esencia, siendo el más flexible de los cantes.
4 Bulerías, cante flamenco con copla de tres a cuatro versos octosílabos. En ocasiones se utiliza como remate de otros cantes, en especial de las soleares, y hoy día se ha convertido en una pieza obligada en el repertorio de todos los cantaores. Tiene un ritmo rápido, en compás ternario, distribuido en fragmentos de ocho compases. Constituye la base de toda fiesta flamenca. Directas herederas de las soleares, las bulerías son un cante creado fundamentalmente para bailar. Existe una gran variedad, siendo muy conocidas las bulerías al golpe o para cantar. El baile por bulerías admite todas las improvisaciones que se le ocurran al intérprete si sabe seguir el compás. Su origen se sitúa, casi con seguridad, en el jaleo o canción jaleada propia de la danza festiva.
5 Alegrías, cante flamenco con copla, por lo general de cuatro versos octosílabos, que pertenece al grupo de las cantiñas. Se trata de una melodía de carácter festivo destinada a la danza. Su cómputo rítmico es igual que el de las soleares, pero más ligero, más vivo.